Las fiestas están a la vuelta de la esquina y en estos días en que la gente va por la vida como desquiciada, dando rienda suelta a su más ruin espíritu consumista, encontrar algo decente en el cine es tanto o más difícil que hallar una persona honesta en el Congreso de la Nación.
Ante un panorama tan desolador como el que ofrece hoy por hoy la vapuleada cartelera cinematográfica, escribir una nota se vuelve verdaderamente trabajo insalubre.
Es por eso que, ante la inexistencia de algo mejor, me decidí a hablarles un poco acerca de The Thing (La cosa del otro mundo) , no tanto por su presente (bastante tedioso y poco innovador), sino por un pasado glorioso que la consagró como una pionera del género y que, con el paso del tiempo, la posicionó en el podio de los filmes de culto.
La que ustedes podrán contemplar por estos días, en su sala amiga, no es otra cosa (valga la redundancia) que un intento de precuela de la inmortal The Thing (El enigma de otro mundo) , obra maestra del terror de la década del ’80, a cargo del inacabable John Carpenter.
Lo que quizás algún desprevenido no sepa es que el filme de Carpenter era a su vez una remake de The Thing from Another World (El enigma de otro mundo), producción a cargo de Christian Nyby (supervisado bien de cerca por el gran Howard Hawks) que, allá por el año 1951, abría las puertas del séptimo arte a las invasiones extraterrestres.
La versión que hoy nos trae el ignoto Matthijs van Heijningeen Jr. intenta dar cuenta de los orígenes de la extraña criatura que tiene por costumbre adoptar la apariencia de los seres humanos y acabar con todo lo que se encuentre a su alrededor, todo de la manera más macabra y sanguinaria posible.
La paleontóloga Kate Lloyd (Mary Elizabeth Winstead) sale como loca hacía la Antártida cuando le dicen que han encontrado algo que revolucionará el mundo de la ciencia. No, no se trata de los pingüinos bailarines de Happy Feet sino de una nave espacial, con su extravagante tripulante atrapado en un bloque de hielo.
El asunto se pondrá heavy cuando el macabro ser intergaláctico se descongele (ojo, en esta ocasión el calentamiento global no tiene nada que ver) y, al mejor estilo Mystique de los X-Men, empiece a despacharse uno a uno a los doctores adquiriendo su semblanza, despertando, entre todos los integrantes de la base noruega, un clima más denso que Michael Bubble enamorado.
Una de las curiosidades es que, al igual que la cinta de Carpenter, el rodaje se realizó en suelo canadiense. Parece ser que los gélidos terrenos del país con la gente más anodina del mundo resultaron el escenario ideal para darle marco a esta asfixiante y enrevesada historia.
A pesar de que su nombre indique lo contrario, quienes se animen a verla no se encontrarán con nada del otro mundo, sólo una nueva precuela totalmente prescindible que cumple con la premisa de todos los refritos actuales: defraudar.
Así que si aún no se decidió, piénselo bien. Quizás sea mejor dedicarle algo de tiempo al relleno del pavo, a la ubicación de los Reyes Magos en el pesebre o a determinar con quién se va a pelear en la mesa navideña después de la quinta copa de champagne. Quizás sólo por esta vez sea mejor dejar la visita al cine para más adelante…