Desde que se supo que Martin Scorsese iba a encargarse de la adaptación cinematográfica de “La invención de Hugo Cabret”, novela de Brian Selznick (primo del legendario David O. Selznick, productor de “Lo que el viento se llevó”), el nuevo proyecto del director de “Los infiltrados” (The Departed) fue presentado con bombos y platillos como su primera obra dirigida al público infantil.
Pues bien, nada más alejado de la realidad.
Si bien esta nueva maravilla de Scorsese es apta para todo público y puede ser vista por los infante, no caben dudas que el señor de pobladas cejas apunta más bien a una platea adulta y, por sobre todas las cosas, amante incondicional del séptimo arte y su historia.
Es que “La invención de Hugo Cabret” (Hugo) es mucho más que una película: es una declaración de amor, sentida y profunda, por parte del realizador, al cine. Declaración que tocará las fibras más intimas de todos aquellos que buscamos en la pantalla grande algo más que mero entretenimiento.
Hugo (Asa Butterfield) es un pequeño huérfano que vive detrás de las paredes de la estación parisina de trenes de Montparnassé, allá por la década del ´30. Es en ese lugar donde el niño hace lo posible para subsistir mientras pasa sus días cuidando los relojes y buscando la llave que le permita dar vida al autómata que le dejara su padre antes de morir.
En una de las tantas huidas de las manos del guardia del ferrocarril, tipo jodido que le hace más difícil la vida al pobre de Hugo, el muchacho se encontrará con Isabelle (Chloë Grace Moretz), una jovencita criada por un juguetero bastante desesperanzado que se especializa en hacer algunos trucos de magia que nadie ve.
Lo que el chico desconoce es que este hombre no es otro que George Méliés (Ben Kingsley), uno de los padres de la cinematografía, y que Isabelle lleva en su cuello la llave que tanto anhela.
Hugo caerá rendido ante los mágicos encantos del cine y junto a su nueva amiga lograrán que Méliés se reconcilie con su pasado y vuelva a colocarse detrás de las cámaras para seguir construyendo esos inigualables mundos de ensoñación que sólo él sabía crear.
Parece mentira que la misma mente que dio vida a personajes extremadamente violentos, sanguinarios y traicioneros, sea la misma que recree escenarios nostálgicos, con alguna reminiscencia a Dickens, en los que abundan el amor y la inocencia por partes iguales.
Las referencias y homenajes a los filmes de Mélieré son innumerables. Con la ayuda de la tecnología y de un 3-D inigualable, Scorsese recrea escenas de “Viaje a la Luna” (Le Voyage Dans la Lune) y de “L’éclipse du Soleil en Pleine Lune”, entre otras tantas reliquias de la historia de la cinematografía.
También hay tiempo para sacar del arcón de los recuerdos a viejas glorias, nombres inmortales como los de Harold Lloyd, Douglas Fairbanks, Buster Keaton, los hermanos Lumiere o el mismísimo Charles Chaplin.
Melancólica y esperanzadora a la vez, “La invención de Hugo Cabret” propone una mirada introspectiva y apasionada que justifica cada una de las 11 nominaciones al Oscar que ha conseguido.
Scorsese nos ofrece una de esas obras únicas e irrepetibles, un paseo idílico a través de un amplio abanico de emociones que traslada al espectador de la risa al llanto, casi en forma imperceptible.
Arte y magia se conjugan en forma majestuosa en un viaje inigualable hacia los orígenes de nuestra pasión cinéfila.
De pie señores, ¡qué viva el cine!