Ya hace mucho tiempo que Quentin
Tarantino ha alcanzado ese preciado firmamento cinematográfico en el que el
sólo apellido de un director se transforma en un adjetivo calificativo que
remite a un estilo y a una estética bien definidos dentro del universo del
séptimo arte.
A estas alturas, cuando alguien cataloga
a una escena o a un film como “Tarantinesco” casi todo el mundo debería saber
que se está haciendo referencia a una cinta con una estética que remite a los
años ´70, con diálogos bien desarrollados y en la que la sangre y la violencia
ocupan un rol protagónico.
Pues bien, todas estas características
aplican de maravilla a Django Unchained (Django sin cadenas), última obra en la
que el genial Quentin realiza su ansiado y esperado desembarco (triunfal) en el
“spaghetti western”, amado género al que siempre hizo referencia en casi la
totalidad de su filmografía.
La historia está ambientada en el
Sur de los Estados Unidos, dos años antes de estallar la Guerra Civil. El Dr.
King Schultz (Christoph Waltz) es un cazarrecompensas de origen alemán que
sigue la pista de unos asesinos: los hermanos Brittle. Como no tiene idea de
cómo son los Brittle, el teutón busca la ayuda de un esclavo llamado Django
(Jamie Foxx) bajo la firme promesa de dejarlo en libertad una vez que hayan dado
con sus presas.
Pero Django no está solo en este
mundo y por eso decide perfeccionar su capacidad para cazar hombres blancos
(malos) con un único objetivo: encontrar y rescatar a Broomhilda (Kerry
Washington), la esposa que perdió hace tiempo en el mercado de esclavos.
La búsqueda de Django y Schultz
finalmente los llevará hasta Calvin Candie (Leonardo DiCaprio), propietario de
la infame plantación Candyland en la que no sólo se dedican a la cosecha de
algodón sino, además, a la explotación sexual y a las peleas de esclavos.
Cada uno de los protagonistas
está impecable en sus actuaciones, pero un párrafo aparte merece Christoph
Waltz quien, con este film confirma que es Tarantino quien mejor sabe
aprovechar las innegables capacidades histriónicas del actor.
El Dr. Schultz tiene más de una
similitud con el Coronel Hans Landa de Inglourious Basterds (Bastardos sin
gloria), aunque esta vez forma parte del bando de los buenos. El manejo de la
ironía y la verborragia del personaje son una señal de que Quentin ya pensaba
en Waltz a la hora de delinear a este personaje.
Como era de esperar, no falta en
esta ocasión (mejor puesta que nunca) la magistral música del gran Ennio
Morricone. También abundan los momentos de humor negro (presten atención a la
escena de las capuchas, decididamente hilarante)
También hay un guiño al Django
original con una breve aparición del inolvidable Franco Nero.
En resumidas cuentas, Tarantino
lo hizo de nuevo. Una verdadera “masterpiece”, una joya del cine moderno que
rinde honores (con creces) al wetern y a los grandes exponentes del género.
Ahora bien, si al salir de la
sala usted es uno de los que piensa que la película es muy violenta o muy
sangrienta, por favor, ahórrese los comentarios y convénzase de que el buen
cine no es para usted.